Los cuidados paliativos (CP) constituyen un modelo asistencial integral, cuyo principal objetivo radica en la mejora de la calidad de vida de las personas con una enfermedad avanzada y la de sus seres queridos, abordando sus necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales (Alvarado et al., 2008; Barreto et al., 2013).
Los CP persiguen lo que se denomina una “buena muerte”, es decir, poder brindar apoyo al paciente para que este pueda vivir lo más dignamente posible su proceso de final de vida (Barreto y Soler, 2003). A su vez, se pone especial énfasis en el cuidado de quienes acompañan, promoviendo su bienestar en el afrontamiento de la enfermedad y el posterior duelo.
El trabajo en CP requiere una perspectiva integral del paciente terminal, considerando la enfermedad no solo como un mero proceso biológico, sino biográfico (Saunders et al., 2011). Para ello, se hace necesario contar con un equipo multidisciplinar, que pueda comprender, valorar y acompañar a través del complejo camino que recorren hasta el final de sus días (Saunders et al., 2011).
Dentro de ese equipo, habitualmente compuesto por profesionales de la medicina, enfermería, auxiliares, servicios sociales, rehabilitación, asesoramiento espiritual y voluntariado, encontramos también la incorporación de la figura del psicólogo/a. Esta última surge con el objetivo de abordar las dificultades que puedan surgir en el proceso de adaptación psicológica del paciente y sus familiares a la enfermedad y la muerte (Barreto y Bayés, 1990; Haley et al., 2003; López-Ríos y Ortega, 2005).