Impacto psicológico del trasplante de médula ósea en población infanto juvenil
El trasplante de médula ósea constituye, en ocasiones, uno de los tratamientos necesarios para la intervención en enfermedades como las leucemias, los linfomas o las aplasias medulares. Este procedimiento es un proceso complejo y agresivo que conlleva importantes implicaciones físicas, sociales y psicológicas que afectan de manera significativa a la población infanto-juvenil y a sus familias.
Centrándonos en las repercusiones posibles a nivel emocional, los niños y adolescentes que se han sometido a este tipo de intervención se enfrentan a un proceso largo de hospitalizaciones prolongadas, aislamiento social y efectos secundarios adversos del trasplante y los tratamientos asociados.
Diferentes estudios muestran que la prevalencia de sintomatología ansioso-depresiva es bastante elevada. Varias investigaciones longitudinales exponen que entre el 20 y el 40% de los pacientes presentan sintomatología depresiva significativa durante y después del trasplante (Phipps et al., 2002; Tremolada et al., 2015). A todo esto, además, hay que sumarle la incertidumbre asociada a la eficacia del procedimiento y complicaciones como la enfermedad injerto contra huésped, lo cual lleva a un aumento del estrés y la angustia tanto en pacientes como en cuidadores.
A nivel de desarrollo psicosocial, entendemos la infancia y la adolescencia como etapas vitales para el desarrollo de la identidad, aprendizaje de habilidades sociales y comienzo de individualidad; lo cual puede verse mermado por el proceso de trasplante.
Como se ha referido anteriormente, el aislamiento reiterado, así como las limitaciones físicas prolongadas interfieren de forma significativa en la vida escolar, la relación con los iguales y la participación en actividades de socialización. Todo ello puede derivar en sentimientos de soledad, frustración y dificultades en la reintegración social posterior al tratamiento.
La investigación de Syrjala et al. (2012) destaca que en estos pacientes la calidad de vida relacionada con la salud (CVRS) tiende a ser inferior a la de la población general, incluso años después del trasplante, impactando principalmente en las áreas emocional y social.
En cuanto al sistema familiar, los progenitores o cuidadores principales suelen presentar altos niveles de ansiedad y estrés postraumático en relación con el proceso.
La literatura pone especial atención en la intervención psicosocial adecuada, a través de programas de acompañamiento e intervención psicológica, para contribuir a reducir el impacto negativo en la esfera emocional y poder favorecer la resiliencia tanto en los pacientes como en sus familias (Kazak et al., 2015).
A pesar de todo el impacto negativo que puede encontrarse, también se dan en estas familias y pacientes una construcción de recursos y fortalezas tras el proceso. La investigación ha demostrado que muchos pacientes pediátricos presentan trayectorias de ajuste resiliente, con capacidad de recuperación emocional frente a la adversidad (Phipps et al., 2002).
A lo largo del proceso, se fortalecen estrategias de afrontamiento orientadas a la resolución de problemas, la aceptación y el manejo del malestar, lo cual repercute en mayor autoeficacia y adaptación positiva (Kazak et al., 2015).Asimismo, se observa un fortalecimiento de la cohesión familiar y del apoyo social percibido, factores que actúan como recursos protectores frente a la angustia psicológica y contribuyen a mejorar la calidad de vida durante y después del tratamiento (Steele et al., 2003).
En conclusión, el trasplante de médula ósea en la población infantojuvenil, si bien representa una oportunidad de supervivencia, supone un reto psicológico de gran magnitud, con impactos positivos y negativos en la esfera psicológica y mostrando la importancia de la intervención multidisciplinar durante el proceso.
Autora:
Laura Antón
Experta en Psicooncología